En ocasiones me pregunto qué hubiera sido de mí sin mis libros, con qué hubiera llenado muchos malos momentos de mi vida si no hubiese sido por la lectura. Mundos encerrados en mundos de papel que cobran vida cuando los abrimos y los leemos; la imaginación al doscientos por cien y dejamos de pensar en todo lo que no sea eso que estamos leyendo y nos olvidamos de todo lo demás.
Aprendí a leer con 4 años, antes de llegar al preescolar. Cuentan mis padres que se quedaron a cuadros cuando me vieron leer. Luego, en parvulitos, el director del cole llamó a mi madre para decirle que me iban a dar para leer el libro de primero porque la cartilla ya se me había quedado corta. Recuerdo mis primeros escarceos con los libros. Primero de EGB en un colegio de monjas (que lo fue por poco tiempo ya que lo vendieron al estado). Una niña que escribía muy deprisa y que acababa los exámenes la primera. Luego tenía vergüenza de levantarse para entregar el examen y se quedaba callada esperando a que alguien lo entregara para hacerlo ella después. Mientras, observaba los rayos dorados que proyectaba el sol sobre el polvo que volaba por el aula.
Eso se acabó el día que la profesora se dio cuenta de que ya había acabado. Mis compañeras necesitaban más tiempo así es que ampliaron el plazo y a mí me enviaron a la biblioteca. ¡¡¡Qué maravilla!!! Tantos libros para mí sola. Me sentí como una princesa de cuento de hadas rodeada de almenas y torreones hechas de fabulosos libros.
Los días que íbamos a la biblioteca para coger libros yo nunca sabía cuál elegir. Mis padres no leen. En mi casa no había más libros que los que regalaba el banco para Sant Jordi y unos de pega para adornar el mueble. Y yo devoraba todo lo que encontraba en las estanterías de las casas de los demás. Estaba deseando que en el cole nos mandaran leer un libro porque así mis padres tendrían que comprármelo.
Luego, como por arte de un sortilegio, los libros empezaron a caer en mis manos de las maneras más insospechadas. Poco a poco mis pasos me iban llevando hacia ellos, tenía que leerlos po mi trabajo, me los enviaban de las editoriales, me regalaban amigos periodistas... y al final Anika.
Los libros y yo compartimos no sólo un mismo espacio, sino un mismo destino. Empecé a leer a destajo a los 26 años y desde entonces no he parado. En los peores momentos de mi vida, cuando todo me ha fallado, siempre he podido aislarme del mundo leyendo, siempre he tenido cerca un libro amigo... Hasta escribí uno cuando el mundo me parecía más oscuro que nunca y el fantasma de la depresión amenazaba con hacer de mí su morada.
Los libros me han ayudado a hacer buenos amigos. Amigos que leen libros, que me regalan libros y que comparten conmigo este sano vicio de la lectura. Amigos con los que converso sobre libros y que leen mi libro... Sin duda, leer es uno de los grandes placeres de la vida y me pregunto si ésta me alcanzará para leer todo lo que deseo porque siempre quiero más. ¡¡¡Qué maravilloso es leer!!!
Así que eras una niña prodigio ¿eh? Vaya, vaya, no me extraña que escribas tan bien: a eso se le llama ir con ventaja.
ResponderEliminarJe je je, niña prodigio no, como mucho lectora precoz. La verdad es que son cosas que me cuentan y que ahora que me gusta tanto leer y esribir empiezan como a cobrar significado. Seguramente estaba predestinada ja ja ja. Besos
ResponderEliminar