(Beasts of No Nation)
Uzodinma Iweala
Traducido por Ramón de España
Editorial Duomo / Colección Nefelibata
Edición de mayo de 2009
Género: Testimonio/ bélica
ISBN: 978 84 93703 02 8
140 páginas
Argumento
Agu es un niño africano que vive una existencia tranquila y normal al lado de sus padres y su hermana. Pero estalla la guerra. La madre y la hermana de Agu se marchan en los camiones de la ONU y su padre y él se quedan con los demás hombres del pueblo. El muchacho, solo, acabará formando parte de un batallón de soldados rebeldes. Convertido en niño soldado se debate entre su noción del bien y del mal y lo que le inducen a hacer los adultos o lo que hace bajo los efectos de las drogas y “el zumo de pistola”.
Estremecedor, brutal, auténtico, demoledor… Estos son sólo algunos de los adjetivos que me vienen a la cabeza después de pasar la última página de Bestias sin patria. No es el primer libro que leo sobre los niños soldados pero ninguno me había impactado tanto como este. ¿Qué lo hace diferente?
En primer lugar está escrito en primera persona y en presente, lo que lo convierte en un testimonio muy realista y extremadamente cercano. El lenguaje deviene personaje, es la voz del actor principal y nos lo retrata como a un niño de corta edad, con pocos estudios que ni siquiera es capaz de hablar correctamente. Esto lo consigue Uzodinma Iweala con un lenguaje “basado en el inglés pidgin, el que hablan los nigerianos de a pie”.
Gracias a ello la voz del narrador nos suena como la de un niño. Su lenguaje y las cosas que nos explica, junto con la manera de explicarlas hacen que tengamos muy presente la imagen de ese niño. Nos adentramos en sus pensamientos más profundos. Le vemos asesinar, violar, sufrir abusos… y al mismo tiempo rememoramos el pasado junto a su familia, cuando aprendía a leer en brazos de su madre, su primer día de colegio, su mejor amigo…
Agu se debate entre sus conceptos morales y lo que le obligan a hacer las circunstancias. Sabe que lo que hace está mal pero sigue adelante porque ha de sobrevivir aunque él mismo se define como “una bestia”. El autor trata la temática de los niños soldados sin situarnos en un país concreto ni en una guerra o un tiempo determinados. Es una problemática extendida a tantos lugares del planeta Tierra, una tragedia universal, y parece que lo de menos es situar los hechos en un sitio o tiempo concretos. Prima la forma por encima de fondo.
Los personajes de Agu y su amigo Strika, ambos niños soldado, están tratados con cierta ternura, son niños, no son culpables, pero tampoco se escatima a la hora de retratar la violencia y el horror en el que se ven inmersos y del que participan. Agu es a un tiempo inocente como un niño pero tiene esa clarividencia prematura de quien sabe que le han robado su infancia, del que ha vivido demasiado deprisa. “Veo más cosas terribles que diez mil hombres y hago más cosas terribles que veinte mil hombres”, dice Agu.
Pequeños detalles, como cuando nos explica que viste pantalón corto y una camisa con seis vueltas en sus mangas, nos dan una idea de lo grotesca, terrible y precaria que es la situación de estos niños. Víctimas y verdugos a un tiempo. Pierden la infancia y tendrán hipotecada la vida para siempre porque si sobreviven a las secuelas físicas las psicológicas nunca les dejarán escapar. Antes de la guerra eran niños pero ya no. No recuperarán la infancia y siempre querrán huir de su recuerdo.
Un libro duro, demoledor. No apto para almas demasiado sensibles. Pese a que no abundan los detalles escabrosos ni se recrea en ellos, pese a que lo explica de manera simple con voz de niño, es precisamente esa voz la que más duele. La simplicidad de la narración, de voz de un niño, da pie a profundizar en el reino de la imaginación.
Uzodinma Iweala
Traducido por Ramón de España
Editorial Duomo / Colección Nefelibata
Edición de mayo de 2009
Género: Testimonio/ bélica
ISBN: 978 84 93703 02 8
140 páginas
Argumento
Agu es un niño africano que vive una existencia tranquila y normal al lado de sus padres y su hermana. Pero estalla la guerra. La madre y la hermana de Agu se marchan en los camiones de la ONU y su padre y él se quedan con los demás hombres del pueblo. El muchacho, solo, acabará formando parte de un batallón de soldados rebeldes. Convertido en niño soldado se debate entre su noción del bien y del mal y lo que le inducen a hacer los adultos o lo que hace bajo los efectos de las drogas y “el zumo de pistola”.
Estremecedor, brutal, auténtico, demoledor… Estos son sólo algunos de los adjetivos que me vienen a la cabeza después de pasar la última página de Bestias sin patria. No es el primer libro que leo sobre los niños soldados pero ninguno me había impactado tanto como este. ¿Qué lo hace diferente?
En primer lugar está escrito en primera persona y en presente, lo que lo convierte en un testimonio muy realista y extremadamente cercano. El lenguaje deviene personaje, es la voz del actor principal y nos lo retrata como a un niño de corta edad, con pocos estudios que ni siquiera es capaz de hablar correctamente. Esto lo consigue Uzodinma Iweala con un lenguaje “basado en el inglés pidgin, el que hablan los nigerianos de a pie”.
Gracias a ello la voz del narrador nos suena como la de un niño. Su lenguaje y las cosas que nos explica, junto con la manera de explicarlas hacen que tengamos muy presente la imagen de ese niño. Nos adentramos en sus pensamientos más profundos. Le vemos asesinar, violar, sufrir abusos… y al mismo tiempo rememoramos el pasado junto a su familia, cuando aprendía a leer en brazos de su madre, su primer día de colegio, su mejor amigo…
Agu se debate entre sus conceptos morales y lo que le obligan a hacer las circunstancias. Sabe que lo que hace está mal pero sigue adelante porque ha de sobrevivir aunque él mismo se define como “una bestia”. El autor trata la temática de los niños soldados sin situarnos en un país concreto ni en una guerra o un tiempo determinados. Es una problemática extendida a tantos lugares del planeta Tierra, una tragedia universal, y parece que lo de menos es situar los hechos en un sitio o tiempo concretos. Prima la forma por encima de fondo.
Los personajes de Agu y su amigo Strika, ambos niños soldado, están tratados con cierta ternura, son niños, no son culpables, pero tampoco se escatima a la hora de retratar la violencia y el horror en el que se ven inmersos y del que participan. Agu es a un tiempo inocente como un niño pero tiene esa clarividencia prematura de quien sabe que le han robado su infancia, del que ha vivido demasiado deprisa. “Veo más cosas terribles que diez mil hombres y hago más cosas terribles que veinte mil hombres”, dice Agu.
Pequeños detalles, como cuando nos explica que viste pantalón corto y una camisa con seis vueltas en sus mangas, nos dan una idea de lo grotesca, terrible y precaria que es la situación de estos niños. Víctimas y verdugos a un tiempo. Pierden la infancia y tendrán hipotecada la vida para siempre porque si sobreviven a las secuelas físicas las psicológicas nunca les dejarán escapar. Antes de la guerra eran niños pero ya no. No recuperarán la infancia y siempre querrán huir de su recuerdo.
Un libro duro, demoledor. No apto para almas demasiado sensibles. Pese a que no abundan los detalles escabrosos ni se recrea en ellos, pese a que lo explica de manera simple con voz de niño, es precisamente esa voz la que más duele. La simplicidad de la narración, de voz de un niño, da pie a profundizar en el reino de la imaginación.
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