Lumen, Barcelona, 2015. 160 pp. 21,90 €
Me gusta como dibuja Sara Morante, me gusta mucho. Cuando entro
en las librerías y reconozco su trazo en algunas portadas, cuando leo
los libros que ha ilustrado, cuando veo sus dibujos en las redes… me
gusta. Es por eso que quería tener La vida de las paredes,
independientemente de la historia, lo que yo quería del libro eran sus
dibujos, no voy a mentir. Así que cuando empecé a leerlo no esperaba
nada del texto, ni para bien ni para mal. Lo primero que hice al
quedarme a solas con el libro fue abrirlo, ojearlo, buscar cada una de
las ilustraciones para contemplarlas, olerlo, quitarle la chaqueta para
comprobar que sus tapas también son preciosas. Lumen lo ha vuelto a
hacer. Sus libros con ilustraciones me fascinan, desde Quino hasta Sara Morante.
Y llegó el momento de la lectura. La introducción me hizo tener ganas de
seguir adelante. Sara tiene un estilo cuidado que se mueve entre lo
descriptivo y lo emocional, que bajo una apariencia de imparcialidad no
deja de jugar en todo momento a la sugerencia. Situémonos: entramos en
un inmueble que se halla en la calle Argumosa, concretamente en su
número 16. Un edificio que estaba custodiado por cuatro gárgolas, un
edificio que ya no está puesto que en su lugar la modernidad ha puesto
un banco y una cafetería llenándonos de nostalgia del pasado desde la
primera página. El escenario no puede ser más sugerente, y el lector no
puede evitar pensar en otras casas que protagonizan libros, como la Casa
Bramford en Rosmary’s baby la novela de Ira Levin, o Manderley de Rebeca, el libro de Daphne du Maurier.
El lugar y el tiempo, principios del siglo XX, son imprecisos, y eso
redunda en una atmósfera onírica en la que poco a poco nos vamos
introduciendo.
Resulta muy enriquecedor a la hora de entrar en la historia que el lenguaje de Sara Morante
en esta novela se corresponda más con el de esos años que con el de
nuestro tiempo. Vamos avanzando. Colocar un “dramatis personae” justo
después de la introducción también refuerza ese regusto antiguo y el
aire teatral que impregna las imágenes que acompañan al texto. Conocemos
a los misteriosos personajes, figuras estilizadas y enigmáticas de
miradas penetrantes: Berta Noriega, los López, Fernando Ruballo, María,
la Musa, el Artista, Emilio y Carmen, las gárgolas. A partir de todos
ellos, de sus circunstancias personales y de sus caracteres, va
surgiendo poco a poco la trama. Un curioso retablo costumbrista en el
que, una vez más y como casi siempre en la literatura, nada es lo que
parece. Imágenes y texto establecen un diálogo simbiótico, la voz del
narrador omnisciente convierte al lector en un verdadero voyeur que
recorre los diferentes pisos del inmueble atravesando paredes o mirando
por algún que otro agujero indiscreto.
El rojo, por su capacidad para expresar emociones, y el negro están
presentes, como no podía ser de otra manera ya que son una de las señas
de identidad en la obra de esta artista. Y flores, muchas flores. Más
claras al principio, que se van oscureciendo conforme avanza la
narración, pasando de las rosas del papel de las paredes a las zarzas de
los sueño más terribles de la bordadora. Un exquisito recorrido
cromático que alienta y guía nuestras emociones en conjunción con lo que
la autora está narrando.
La idea original de este libro nació hace ocho años, cuando la autora no
tenía nada que ver con el mundo de la literatura o la ilustración.
Cuenta Sara Morante que trabajaba en un despacho y comenzó a
crear esta historia como puro hobby. Gracias a una asesora editorial que
vio en potencial del proyecto siguió trabajándolo hasta que se concretó
en La vida de las paredes. Literatura e ilustración han mantenido desde
siempre una estrecha relación. No son pocos los escritores que han
puesto imagen a sus textos (Saint- Exupéry, Kipling, Tolkien…),
lo que tal vez no es tan habitual es que los ilustradores y dibujantes
escriban novelas. En cualquier caso, el debut como novelista de Sara Morante está muy a la altura de su trayectoria como ilustradora y dibujante. Nos quedamos con ganas de más.
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