Virginales, Maurice Pons
Trad. Verónica Fernández Camarero, Tropo Editores, Zaragoza 2011. 108 pp., 17 €
Para muchos de nosotros la infancia es ese espacio de la memoria al que regresamos cuando las cosas no van bien. Ese lugar lejano e idealizado que nos perteneció una vez y que siempre podemos revisitar a través del recuerdo cuando la vida nos duele demasiado. Maurice Pons, además, convirtió sus recuerdos de infancia en una maravillosa serie de relatos que vieron la luz en revistas mensuales y que acabaron reunidos en un volumen bajo el nombre genérico de Virginales. Cuenta el autor que vivió una época de “soledad y desencanto extremos”. Afortunadamente eso se tradujo en este viaje a la infancia en busca de las sensaciones y emociones que le pertenecían antes de la Segunda Guerra Mundial ya que, asegura, parte de su vida y su obra desaparecieron cuando en 1940 Alsacia caía en manos de las tropas del III Reich.
La infancia de Pons está repleta de lugares comunes por los que el lector se adentra sin oponer resistencia, dejándose llevar por la certera prosa de este escritor, una prosa desprovista de artificios pero llena de encanto. Como encantadores son los personajes que pueblan sus relatos. Niños, preadolescentes puros e inocentes no exentos de esa maldad ingenua intrínseca a todo ser humano, esa inocencia que empieza a despertar a la vida adulta y a los sensuales placeres de la piel. Y digo de la piel porque no pasan de ahí, de la visión, el roce y la imaginación, pero que se disfrutan tan intensamente como todo lo que acontece por primera vez, porque los despertares son así.
Narradas en pasado por niños que han dejado de serlo, las historias de Virginales tienen la capacidad de trasportarnos a la infancia. Ese momento de nuestra niñez en que sentimos una emoción desconocida al ver los tobillos desnudos de nuestra prima. El día de nuestra primera comunión cuando escapamos de las miradas indiscretas con nuestro mejor amigo para sentir el calorcito de su cuerpo o la proximidad de su respiración. Todos siendo niños hemos experimentado ese amor callado y doliente por algún adulto de nuestro entorno al que sabíamos que nunca podríamos tener. Fantasías ingenuas, ensoñaciones inocentes tan intensas que se convierten en únicas e imborrables por muchos que sean los años que pasen.
Diez son los relatos que conforman el volumen junto con un prólogo del propio autor que acompañó a la reedición que se hizo en el año 1984. En dicho preámbulo Pons nos habla de sus primeros escarceos con la escritura, de su concepción de la literatura, de su decisión de convertirse en escritor y de su debut gracias a estos relatos. El último de ellos, Los mocosos, sirvió de inspiración a François Truffaut para su película Les mistons (1957), el que sería su primer largometraje. El relato es maravilloso y sobrecogedor, una de esas lecturas que te hace entrar en la historia que te están contando y que tiene un final tan duro como inesperado que dejará sobrecogido al lector. Al menos eso es lo que le ocurrió a esta lectora.
Muy criticados en su primera aparición, mal vistos por editores y escritores consolidados en aquel momento, estos Virginales le valieron a su autor el Gran Prix de la Nouvelle. Este galardón no sólo le otorgó reconocimiento y prestigio a su autor puesto que hay quien opina que abrieron “una vía de renovación en la literatura francesa”. En cualquier caso se trata de literatura de la buena en frasco pequeño.
Trad. Verónica Fernández Camarero, Tropo Editores, Zaragoza 2011. 108 pp., 17 €
Para muchos de nosotros la infancia es ese espacio de la memoria al que regresamos cuando las cosas no van bien. Ese lugar lejano e idealizado que nos perteneció una vez y que siempre podemos revisitar a través del recuerdo cuando la vida nos duele demasiado. Maurice Pons, además, convirtió sus recuerdos de infancia en una maravillosa serie de relatos que vieron la luz en revistas mensuales y que acabaron reunidos en un volumen bajo el nombre genérico de Virginales. Cuenta el autor que vivió una época de “soledad y desencanto extremos”. Afortunadamente eso se tradujo en este viaje a la infancia en busca de las sensaciones y emociones que le pertenecían antes de la Segunda Guerra Mundial ya que, asegura, parte de su vida y su obra desaparecieron cuando en 1940 Alsacia caía en manos de las tropas del III Reich.
La infancia de Pons está repleta de lugares comunes por los que el lector se adentra sin oponer resistencia, dejándose llevar por la certera prosa de este escritor, una prosa desprovista de artificios pero llena de encanto. Como encantadores son los personajes que pueblan sus relatos. Niños, preadolescentes puros e inocentes no exentos de esa maldad ingenua intrínseca a todo ser humano, esa inocencia que empieza a despertar a la vida adulta y a los sensuales placeres de la piel. Y digo de la piel porque no pasan de ahí, de la visión, el roce y la imaginación, pero que se disfrutan tan intensamente como todo lo que acontece por primera vez, porque los despertares son así.
Narradas en pasado por niños que han dejado de serlo, las historias de Virginales tienen la capacidad de trasportarnos a la infancia. Ese momento de nuestra niñez en que sentimos una emoción desconocida al ver los tobillos desnudos de nuestra prima. El día de nuestra primera comunión cuando escapamos de las miradas indiscretas con nuestro mejor amigo para sentir el calorcito de su cuerpo o la proximidad de su respiración. Todos siendo niños hemos experimentado ese amor callado y doliente por algún adulto de nuestro entorno al que sabíamos que nunca podríamos tener. Fantasías ingenuas, ensoñaciones inocentes tan intensas que se convierten en únicas e imborrables por muchos que sean los años que pasen.
Diez son los relatos que conforman el volumen junto con un prólogo del propio autor que acompañó a la reedición que se hizo en el año 1984. En dicho preámbulo Pons nos habla de sus primeros escarceos con la escritura, de su concepción de la literatura, de su decisión de convertirse en escritor y de su debut gracias a estos relatos. El último de ellos, Los mocosos, sirvió de inspiración a François Truffaut para su película Les mistons (1957), el que sería su primer largometraje. El relato es maravilloso y sobrecogedor, una de esas lecturas que te hace entrar en la historia que te están contando y que tiene un final tan duro como inesperado que dejará sobrecogido al lector. Al menos eso es lo que le ocurrió a esta lectora.
Muy criticados en su primera aparición, mal vistos por editores y escritores consolidados en aquel momento, estos Virginales le valieron a su autor el Gran Prix de la Nouvelle. Este galardón no sólo le otorgó reconocimiento y prestigio a su autor puesto que hay quien opina que abrieron “una vía de renovación en la literatura francesa”. En cualquier caso se trata de literatura de la buena en frasco pequeño.
Reseña aparecida en La Tormenta en un Vaso
http://latormentaenunvaso.blogspot.com/2011/12/virginales-maurice-pons.html.
http://latormentaenunvaso.blogspot.com/2011/12/virginales-maurice-pons.html.
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