miércoles, 10 de febrero de 2016

LA VIDA DE LAS PAREDES

La vida de las paredes, Sara Morante

Lumen, Barcelona, 2015. 160 pp. 21,90 €
 
Me gusta como dibuja Sara Morante, me gusta mucho. Cuando entro en las librerías y reconozco su trazo en algunas portadas, cuando leo los libros que ha ilustrado, cuando veo sus dibujos en las redes… me gusta. Es por eso que quería tener La vida de las paredes, independientemente de la historia, lo que yo quería del libro eran sus dibujos, no voy a mentir. Así que cuando empecé a leerlo no esperaba nada del texto, ni para bien ni para mal. Lo primero que hice al quedarme a solas con el libro fue abrirlo, ojearlo, buscar cada una de las ilustraciones para contemplarlas, olerlo, quitarle la chaqueta para comprobar que sus tapas también son preciosas. Lumen lo ha vuelto a hacer. Sus libros con ilustraciones me fascinan, desde Quino hasta Sara Morante.
Y llegó el momento de la lectura. La introducción me hizo tener ganas de seguir adelante. Sara tiene un estilo cuidado que se mueve entre lo descriptivo y lo emocional, que bajo una apariencia de imparcialidad no deja de jugar en todo momento a la sugerencia. Situémonos: entramos en un inmueble que se halla en la calle Argumosa, concretamente en su número 16. Un edificio que estaba custodiado por cuatro gárgolas, un edificio que ya no está puesto que en su lugar la modernidad ha puesto un banco y una cafetería llenándonos de nostalgia del pasado desde la primera página. El escenario no puede ser más sugerente, y el lector no puede evitar pensar en otras casas que protagonizan libros, como la Casa Bramford en Rosmary’s baby la novela de Ira Levin, o Manderley de Rebeca, el libro de Daphne du Maurier. El lugar y el tiempo, principios del siglo XX, son imprecisos, y eso redunda en una atmósfera onírica en la que poco a poco nos vamos introduciendo.
Resulta muy enriquecedor a la hora de entrar en la historia que el lenguaje de Sara Morante en esta novela se corresponda más con el de esos años que con el de nuestro tiempo. Vamos avanzando. Colocar un “dramatis personae” justo después de la introducción también refuerza ese regusto antiguo y el aire teatral que impregna las imágenes que acompañan al texto. Conocemos a los misteriosos personajes, figuras estilizadas y enigmáticas de miradas penetrantes: Berta Noriega, los López, Fernando Ruballo, María, la Musa, el Artista, Emilio y Carmen, las gárgolas. A partir de todos ellos, de sus circunstancias personales y de sus caracteres, va surgiendo poco a poco la trama. Un curioso retablo costumbrista en el que, una vez más y como casi siempre en la literatura, nada es lo que parece. Imágenes y texto establecen un diálogo simbiótico, la voz del narrador omnisciente convierte al lector en un verdadero voyeur que recorre los diferentes pisos del inmueble atravesando paredes o mirando por algún que otro agujero indiscreto.
El rojo, por su capacidad para expresar emociones, y el negro están presentes, como no podía ser de otra manera ya que son una de las señas de identidad en la obra de esta artista. Y flores, muchas flores. Más claras al principio, que se van oscureciendo conforme avanza la narración, pasando de las rosas del papel de las paredes a las zarzas de los sueño más terribles de la bordadora. Un exquisito recorrido cromático que alienta y guía nuestras emociones en conjunción con lo que la autora está narrando.
La idea original de este libro nació hace ocho años, cuando la autora no tenía nada que ver con el mundo de la literatura o la ilustración. Cuenta Sara Morante que trabajaba en un despacho y comenzó a crear esta historia como puro hobby. Gracias a una asesora editorial que vio en potencial del proyecto siguió trabajándolo hasta que se concretó en La vida de las paredes. Literatura e ilustración han mantenido desde siempre una estrecha relación. No son pocos los escritores que han puesto imagen a sus textos (Saint- Exupéry, Kipling, Tolkien…), lo que tal vez no es tan habitual es que los ilustradores y dibujantes escriban novelas. En cualquier caso, el debut como novelista de Sara Morante está muy a la altura de su trayectoria como ilustradora y dibujante. Nos quedamos con ganas de más.

TODOS DEBERÍAMOS SER FEMINISTAS

Todos deberíamos ser feministas, Chimamanda Gnozi Adichie

Literatura Random House, Barcelona, 2015. 62 pp. 4,90 €
 
Desde sus comienzos la nigeriana Chimamanda Gnozi Adichie ha mostrado su interés por la cuestión negra y femenina, presente en toda su obra. Su primera novela La Flor Púrpura (Grijalbo, 2004) trataba la cuestión de los malos tratos en el seno de una familia tradicional nigeriana de clase alta. En sus otras dos novelas, Medio sol amarillo (Mondadori, 2007) y Americanah (2014), y su volumen de relatos Algo alrededor de tu cuello (Mondadori, 2010) ha seguido retratando ambos temas. Su activismo en estos dos campos es de sobras conocido, tanto que en el año 2012 dio una conferencia sobre feminismo en TEDx en Euston. El libro Todos deberíamos ser feministas es la transcripción de esa conferencia que actualmente puede leerse a modo de ensayo.
La exigua extensión del libro frente a lo que uno espera del género, apenas cincuenta páginas, no debe llevarnos a engaño. Se trata de una obra que algunos se han atrevido a calificar de imprescindible por su claridad y contundencia. En ella Adichie aúna los datos objetivos a sus propias experiencias cotidianas, detalles, anécdotas muy visuales, lo cual ayuda al lector a empatizar con su discurso, todo ello aderezado con un inteligente sentido del humor y con un estilo claro y directo. A partir del análisis de los micromachismos de cada día, tan arraigados en la cultura que es difícil percibirlos, muestra que el machismo no es algo del pasado sino que las estructuras machistas perviven en las sociedades de hoy día por muy modernas que se crean.
La autora se declara irónicamente «feminista feliz africana que no odia a los hombres y a quien le gusta llevar pintalabios y tacones altos para sí misma y no para los hombres», rompiendo así algunos tópicos sobre este movimiento social, y se plantea la vigencia del feminismo en la actualidad haciendo una defensa más allá de estos y otros tópicos. El feminismo, dice, no sólo es cosa de mujeres.

CÓMO ABRIÓ DON NICANOR EL GRAN CIRCO VOLADOR

Cómo abrió don Nicanor el gran circo volador, Mar Benegas y Ximo Abadía

TresTristes Tigres, Sevilla, 2015. 60 pp. 14,50 €

Don Nicanor es un señor que tiene un gran bigote, pero aún es más grande su corazón. Por eso se dedica a recorrer el mundo rescatando a un puñado de animales que encuentrará a su paso: un tigre-vaca, un pingüino que sabe chino, un burro forzudo, una monita, un gato, una perdiz... Esta es la historia que nos cuenta Mar Benegas y dibuja Ximo Abadía. También hay valores y al final del libro podemos disfrutar de la adaptación teatral que hace Sefa Bernet, por si los lectores se animan con la dramatización.
El texto en verso da ritmo y añade magia a la narración. Mar Benegas lleva años dedicada a acercar la poesía a los más pequeños, todo un mérito teniendo en cuenta que la poesía es la Cenicienta de la literatura y siendo para niños doble complicación. Mar es autora de un buen puñado de libros para niños y algunos para adultos, además de animar a la lectura, en escuelas y bibliotecas, y a la creatividad en sus talleres. Su amor por las palabras se deja ver en cada estrofa de sus libros, las mima, las acaricia y se las entrega a los lectores para que puedan jugar con ellas. Sus versos infantiles nos hacen pensar en la cubana Yanitzia Canetti o en la mismísima Gloria Fuertes. Es Ximo Abadía el que pone la nota de color dando un aspecto tierno y muy moderno a los personajes gracias a su técnica con el grafito, las ceras y los lápices. El resultado no puede ser mejor.
Este sería el punto de vista de un adulto, ¿y los niños?, porque al fin y al cabo este libro está destinado al público infantil. Pues la lectora que tengo en casa, Lluna de ocho años, se ha mostrado encantada leyendo la aventura de Don Nicanor. Le gusta que Mar Benegas escriba el libro “en poesía”, le chiflan los dibujos de Ximo Abadía y se queda con ganas de escenificar la versión teatral de Sefa Bernet.